Siddhartha y el cisne

Una hermosa fábula de origen budista que nos hace pensar en nuestro vínculo con los demás animales. 

Al pequeño príncipe Siddhartha le gustaba jugar cerca del lago. Cada año, una pareja de hermosísimos cisnes blancos venía a anidar allí.
Él los miraba detrás de los juncos. Quería saber cuántos huevos había en el nido. Le gustaba ver a los pichones aprender a nadar. 

Una tarde Siddhartha estaba por el lago y repentinamente escuchó un sonido sobre él. Miró hacia arriba. Tres hermosos cisnes volaban sobre su cabeza. 

—Más cisnes, espero que se posen en el lago—pensó Siddhartha.
Pero justo en ese momento uno de los cisnes cayó del cielo. 
—¡Oh, no! —gritó Siddhartha— mientras corría hacia donde cayó el cisne. 
—¿Qué ocurrió?, hay una flecha en tu ala, alguien te ha herido— le dijo. 

Siddhartha le hablaba muy suavemente, para que no sintiera miedo. Comenzó a acariciarlo con dulzura. Muy delicadamente le sacó la flecha. Se quitó la camisa y arropó cuidadosamente al cisne. 
—Estarás bien— le dijo. 

Justo, en ese momento, llegó corriendo su primo Devadatta. 
—Ese es mi cisne— gritó—Yo le pegué, dámelo— 
—No te pertenece— dijo Siddhartha —es un cisne silvestre— 
—Yo le fleché, así que es mío. Dámelo ya— exigió Devadatta.
—No, está herido y hay que ayudarlo— dijo Siddhartha.
Los dos muchachos comenzaron a discutir. 
—En nuestro reino, si la gente no puede llegar a un acuerdo, pide ayuda al rey. Vamos a buscarlo ahora— dijo Siddhartha. 

Los dos niños salieron en busca del rey. Cuando llegaron, todos estaban ocupados. 
—¿Qué hacen ustedes dos aquí?— preguntó uno de los ministros del rey. 
—¿No ven lo ocupados que estamos? Vayan a jugar a otro lugar— dijo otro de los ministros. 
—No hemos venido a jugar, hemos venido a pedirles ayuda— dijo Siddhartha. 
—!Esperen! — dijo el rey al escuchar esto. —No los corran, están en su derecho de consultarnos— 
Se sentía complacido de que Siddhartha supiera cómo actuar. —Deja que los muchachos cuenten su historia, escucharemos y daremos nuestro juicio—

Primero Devadatta contó su versión. 
—Yo herí al cisne, me pertenece— dijo. 
Los ministros asintieron con la cabeza. Esa era la ley del reino. Un animal o pájaro pertenecía a la persona que lo hería. 

Entonces Siddhartha contó su parte. 
—El cisne no está muerto, está herido pero todavía vive — argumentó. 

Los ministros estaban perplejos. ¿A quién pertenecía el cisne? 
—Creo que los puedo ayudar— dijo una voz. Un hombre viejo venía acercándose por el portal. 
—Nadie quiere sentir el dolor o la muerte. Lo mismo siente el cisne. El cisne no se iría con aquel que lo quiso matar. Él se iría con el que quiso ayudarlo— dijo el anciano. 

Todo este tiempo Devadatta permaneció en silencio. Nunca se había puesto a pensar que los animales también tenían sentimientos. Lamentó haber herido al cisne. 
—Devadatta, tu puedes ayudarme a cuidar el cisne, si quieres— le dijo Siddhartha. 

Siddhartha y Devadatta cuidaron del cisne hasta que estuvo bien otra vez. Un día, cuando su ala sanó, lo llevaron al río. Al soltarlo, vieron como el cisne nadó hacia las aguas profundas. En ese momento escucharon un sonido de alas sobre ellos. 
—Mira, ¡los otros han regresado por él! —dijo Devadatta emocionado. 

El cisne voló alto en el aire y se unió a sus amigos. Entonces todos volaron sobre el lago por una última vez. 
—Están dando las gracias— dijo Siddhartha, mientras los cisnes se perdían hacia las montañas del norte. 


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