María Josefa Francisca Oribe y Viana: La Tupamara III

En 1825 Josefa vuelve a la lucha en total colaboración y en pro de la Cruzada Libertadora que ya preparaban Juan Antonio Lavalleja, su hermano Manuel y un grupo importante de orientales.

Antes de largarse a la aventura el grupo consiguió tener en la Banda oriental  un grupo de espías, entre los que se encontraba Josefa Oribe. Ella se viste de luto y sale extramuros  (fuera de la ciudadela) a recolectar fondos entre los terratenientes de la campaña. También contribuían en las informaciones y murmuraciones de los batallones y soldadesca portuguesa las esclavas pernambucanas de Josefa. Entre ellas y su patrona urdían un sinfín de intrigas. Los caballeros revolucionarios de este lado de la Banda Oriental, pedían a Lavalleja que nombrara una cabeza jefa para esta zona de la revolución. A lo que él prontamente les responde que ya la tienen entre ellos y que es Doña Josefa Oribe, alias Pepa o la Tupamara.

Al estar la ciudad sitiada por los patriotas desde el Cerrito se necesitaban medicinas y otras vituallas, es ahí que aparece la figura furtiva de Josefa, que vestida todas las mañanas de lavandera salía de la ciudadela para llevar o acercar medicamentos, vendas y demás. Ella se pintó la cara los brazos y el cuello con carbón para pasar junto a las otras negras lavanderas y poder volver por la tarde a entrar en la ciudad, con el último toque del sitio. Lo más difícil de su tarea fue enfrentarse al médico cirujano portugués por el horror y sorpresa que le causó al descubrir éste quién era y lo qué pretendía. El hombre dijo que era imposible darle todo lo que pedía, tijeras, pinzas, sierras vendas, algodones, calmante, tinturas medicinales. Para lograr su cometido Josefa comenzó alegar como una dama sobre el juramento hipocrático del médico, esto por las buenas, pero cuando no lograba su cometido se transformaba en la Tupamara y amenazaba al médico a llamar a los guardias para que vieran que estaba cometiendo traición y que la recibía en su casa. Con todas estas dudas el médico accedía no sin resignación y encomendarse al Dios.

De esta forma fue que Josefa comenzó con la tarea de espía y entraba y salía de la ciudad amurallada y ante los ojos de los soldados portugués sin ningún impedimento, pero nunca repitiendo el disfraz ni la estrategia. Se vistió de vieja pordiosera, de vendedora, de mujer de vida alegre y hasta de monja. Llegando a prevenir algunas encerronas a los patriotas. En esas refriegas ella participaba ya llevando caballos, fabricando tacos de pólvora, haciendo comida para los soldados y seguía hasta el fuego cesara, fuera amanecer o atardecer, no había hora para ella como para tantas otras mujeres patriotas que la acompañaron.

Cuando todo terminó y el ejército invasor se retiró, ella volvió a Montevideo y se encerró en su casa. Quizá para reflexionar sobre los sucesos pasados y posiblemente a preparar el futuro de su hija Agustina que para esa fecha ya tenía veintidós años y no había encontrado candidato para casarse. Pero su hermano Manuel cual caballero  se casó con Agustina, su sobrina carnal, catorce años menor que él. Para esto necesitaron la dispensa eclesiástica por el parentesco tan cercano. Cinco años más tarde Josefa cayó enferma, muriendo el 15 de marzo de 1835 a los cuarenta y cinco años de edad y dos semanas después que su hermano Manuel prestara juramento como Presidente de la República.

Dejamos otra historia de una mujer que vivió años muy conflictivos y con gran garra, dolor, sufrimiento y privaciones, luego de ser descendiente de una de las familias más arraigadas, con abolengo y clase de la época colonial.
 
¡Otra criolla para tener en cuenta y recordar!

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