El mundo del arte y el submundo de la voluptuosidad

En esta nueva entrega sobre grandes personalidades de nuestra historia hablaremos de Doña Carlota Ferreira y de Don Juan Manuel Blanes.

El personaje de esta nueva historia no fue ni guerrillera, ni de alta alcurnia, ni política, pero tuvo un poder de cautivación poco usual para su época y además muy enérgica y decidida. Sabía lo que quería y lo conseguía a cualquier precio. Llegó a tener gran influencia sobre importantes hombres de la época y logró hacer destrozos en sus vidas. Hablaremos de Doña Carlota Ferreira y de Don Juan Manuel Blanes.
 
Sobre Blanes ejerció gran poder, cautivación y diríamos que lujuria. Como testigo del hecho ha quedado un retrato de la dama en todo su esplendor. La fémina no era una belleza pero sus encantos dejaban sin habla a quien se le acercara un poco íntimamente. Era adicta a los vestidos costosos y las joyas, pero su mayor adicción fue la morfina y los matrimonios de gran interés económico. Fue una “femme fatale” criolla.
 
Nuestro personaje masculino es el que ha dejado un legado realmente suculento dentro del pincel uruguayo y latinoamericano. Juan Manuel Blanes de orígenes muy humildes, criado en la calle Cerrito donde dormían cuatro hermanos en una cama. Nació el 8 de junio de 1830, tercero de seis hijos de Doña Isabel Chilabert Piedrabuena, santafesina y de Don Pedro Blanes Mendoza, español y de oficio flebotomiano, o sea sangrador. Juan Manuel tuvo que dejar la escuela a los once años para trabajar en un almacén.
 
A esta edad comenzó a dibujar maravillándose con las goletas que estaban en el puerto y temas históricos que leía, imaginaba y realizaba por las noches a la luz de una vela. Su padre los abandonó y tuvieron que mudarse a la zona conocida como El Cardal, lo que sería El Cordón, allí Juan Manuel encontró trabajo en La Imprenta Oriental del Miguelete, tenía 14 años. Aprendió el oficio de tipógrafo.
 
A los 19 años le encomendaron la tarea de pintar sobre tablillas los nuevos nombres de su zona y en sus ratos libres hacía algunos retratos. Fue en esa época que conoció a Carlota. La siguió varias veces e intercambiaron miradas muy inquietantes. Se sonreían, se saludaban pero siempre de vereda a vereda. La primera vez que se cruzaron frente a frente fue cuando él asistió al burdel del abuelo de Carlota donde trabajaba su madre y sus tías. No tenía idea Juan Manuel que la mujer que se cruzaría en su vida muchos años
después sería aquel amor platónico que nunca llegó a concretarse.
 
Pero la historia del personaje femenino recién comienza. La pulpería de su abuela estaba sobre el Camino real, hoy 18 de Julio, a pocas cuadras de la hoy Iglesia del Cordón. Su madre era una las hijas menores de Benito Ferreyro (apellido original).
 
Al hacerse mujeres sus hijas las ponía a trabajar en el prostíbulo, Polonia, Salustia y Mercedes, de gran belleza, piel muy blanca y ojos oscuros que cautivaban a caballeros de la alta sociedad. Nunca se supo con veracidad quién fue el padre de Carlota. En su fe de bautismo fue inscripta como nacida el 31 de enero de 1838, hija natural de Mercedes Ferreyro y bautizada con los nombres de Petrona Mercedes Ferreyro. Niña inquieta, muy vivaz, regordeta, piel muy blanca, ojos oscuros y pelo negro crespo. Con esta sencillez presentamos a este personaje, fatal, siniestro, arrogante, ambicioso, ostentoso, enfermizo y otras cualidades que iremos desnudando a través de la letra. Orígenes humildes que serán transformados y crearán una nueva mujer.
 
Con el paso de los años Petrona (Mercedes) Ferreyro García se casó con Emeterio Regunaga y se fueron a vivir juntos. Él era Senador de la República en el gobierno de Gabriel Pereira. La sacó del burdel con permiso de su madre, de la cual él era el cliente más asiduo y estaba enamorado. Estaba obsesionado con su madre pero más lo estuvo con Petrona después de conocer sus cualidades y el misterio que esa muchacha encerraba. Para Regunaga era una obsesión ser su dueño. Petrona tenía 19 años y él 35. Tenía una muy buena posición económica y la trataba con mucho cariño. Era la oportunidad de marcharse de ese mundo y comenzar una vida nueva.



Carlota Ferreira y Emeterio Regunaga

 

Se fueron a la quinta que Emeterio tenía en la zona de Maroñas, donde ella quedó deslumbrada por tanta riqueza. Es allí que Emeterio Regunaga hace nacer una nueva persona, nace “Carlota Ferreira”. Cambia su nombre y transforma su apellido para dejar atrás a Petrona Ferreyro y con ello también su pasado. La bautizó con el nombre de Carlota pues le hacía recordar a las reinas y según sus propias palabras: “Ahora serás Carlota Ferreira: mi propia reina”.
 
Carlota tuvo dos hijos. Pero a medida que crecía la confianza de Carlota comenzaron a aflorar sus debilidades humanas y ansias anteriores, las cuales su esposo no lograba saciar. En 1858 después de nacido su primogénito debieron partir hacia Argentina, refugiándose en la ciudad de Rosario. Esto serviría además para borrar la historia que arrastraba su mujer. Pero no pasaría mucho tiempo antes de que comenzaran los corrillos sobre la vida de Carlota. Algunos amigos de su esposo comenzaron a frecuentar su casa y alguno caería en los brazos de Carlota, la cual les resultaba sumamente atractiva y misteriosa. Uno de ellos en particular quedó eclipsado y comenzaron los amoríos clandestinos siempre que Regunaga viajaba a Buenos Aires por negocios. Toda Rosario sabía de esto menos la esposa del amante y Regunaga. En marzo de 1863 Carlota dio a luz otro varón al cual llamó Emeterio y en setiembre de 1865 en Rosario nació Carmen.
 
En noviembre de este mismo año regresaron a Montevideo. Al poco tiempo como Carlota no quiso más la quinta de Maroñas, alquilaron una gran casona en la calle Zabala. Una como siempre ella había soñado, con grandes escalinatas, nuevos muebles y cortinados
traídos de Europa.
 
En Montevideo ya se conocía el regreso del matrimonio, pero no se había olvidado la reputación de Carlota y esto a ella le hacía gozar más frente a los demás y aumentaba su ego.
 
La tragedia no demoró mucho. Una noche Carlota llegó tarde aduciendo que siempre que iba a casa de una amiga se le hacía tarde. Pero en cuanto entró Emeterio la esperaba en su escritorio, revolver en mano. La increpó diciendo conocer que tenía un amante, ella negó rotundamente el hecho, él enfureció y dijo “Sinvergüenza fuiste y sinvergüenza seguís siendo”. De inmediato levantó el revólver se lo colocó en la sien y disparó. Era el 16 de julio de 1872. En el parte del acta de defunción se leía: “El doctor Regunaga ha muerto por complicaciones circulatorias fruto de la amputación de la pierna, sufrida casi tres décadas atrás durante la Guerra Grande”.

 
Es el fin de una historia mucho más larga, pero en la próxima entrega hablaremos del encuentro entre Carlota y Juan Manuel Blanes. Una verdadera novela.

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