Dos hermanas y un patriota II

Continuamos ene sta segunda parte conociendo un poco más sobre el General Leandro Gómez.

El mal que aquejó siempre a Leandro, fue lo que se llamaba en la época “mal de pecho”, el mal innombrable, desde muy pequeño sufrió de fiebres muy altas. Sus recuerdos de niño fueron entre sábanas, sudores, médicos y conversaciones a media luz. Dicen que a través del tiempo su voz era como un silbido profundo. Cuando grande no quiso ver nunca más un médico. Sufrió su mal solo. Siempre muy delgado al grado de ser alarmante. Muchas veces, por el silbido de su respiración debía dormir sentado en el banco de alguna plaza para que el aire de la noche le acariciara su cara y lo dejara respirar mejor. Alternó su vida entre los oficios de militar, comerciante, saladerista, naviero en ocasiones y llegó por sus ideales  a ser educador y director de escuela durante varios años sobre todo para niños pobres.
 


Bandera enarbolada por las fuerzas del Gral. Leandro Gómez, en la iglesia de Paysandú 1864.

 

En la época que formalizó su noviazgo con Faustina, Leandro andaba por los 40. Ella era una señorita de familia acostumbrada a los exilios obligados, a uniformes, a tardes melancólicas después de los sonidos y fuego de los cañones y la sangre.

Ella y sus hermanas sabían que podían morir solteras sin nunca conocer el amor y las caricias de un hombre (cosa que para la época no era muy elegante). Muy pocos hombres eran los que quedaban, además siempre luchando, yendo y viniendo. Las hermanas caminaban del brazo por las calles polvorientas de la Villa de la Restauración (hoy barrio Unión). Tuvieron que abandonar su casaquinta del Miguelete ante la arremetida de Rivera. Pasaban su vida soñando y bordando. De la primera esposa de Leandro, Faustina, pocos datos e informes han quedado registrados, solamente un retrato descolorido y nada se sabe de su vida de casada.

Le costó mucho trabajo a la familia conseguir las cintas, lazos, puntillas y encajes para los preparativos del ajuar, en un medio inhóspito y con un Montevideo sitiado. Aunque en los períodos de tregua se podían conseguir artículos en Montevideo y se visitaban amigos y familiares que quedaron en medio de ambos bandos. Leandro y Faustina se casaron en la capilla conocida como La Mauricia, en pleno Cardal (así se llamaba el espacio comprendido entre Villa de la Restauración y la aduana de Oribe, hoy Buceo). Esta capilla estaba levantada en tierras de Mauricia Batalla, una de las grandes terratenientes y caudilla del gobierno del Cerrito. Nativa del Real de San Carlos se estableció en el lugar sobre 1834, en el cruce de los caminos Real y de los Propios (exactamente en lo que hoy sería Asilo y Pernas).

Esta mujer fue todo un personaje en su época, propietaria, guerrera, se decía que dominaba sobre sus propias botas, rebenque, cuadrillas de perros, caballadas y sus muchos esclavos. Fue ella misma que se encargó de engalanar la capilla de su peculio, para tan solemne ocasión sin escatimar delicadezas, sobre todo para un compañero de causa y una mujer tan sacrificada como Faustina.
Los padrinos de la boda fueron el mismo Manuel Oribe y su esposa-sobrina Doña Agustina Contucci (ya de este apellido y de su madre hemos hablado antes).

 
Hasta la próxima, hay mucho más en la vida de este héroe.

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